Las repúblicas y las democracias

 Sonaría como pertinente preguntarse en lo relativo a la “sinonimia” entre república y democracia, pero también, si es o no una consecuencia de la otra

Las repúblicas y las democracias

El analista político José Ignacio Torrealba, de la Universidad complutense de Madrid, una de las más prestigiosas de España y a la cual en atención a los estudios que imparten y a las investigaciones que realiza, se le identifica como “la Docta”, pregunta “¿Son las repúblicas más democráticas, o más progresistas?” y advierte que en aras de una respuesta la “república” propicia un sistema político favorable a la libertad, la igualdad y la justicia social. Y la “monarquía”, que le es contraria, el autoritarismo, el despotismo y la desigualdad. Finalmente, la denominada “izquierda” abraza a la república y la “derecha” a la monarquía.


Se nos ocurre que sonaría como pertinente preguntarse en lo relativo a la “sinonimia” entre república y democracia, pero, también, si es una o no consecuencia de la otra. Y asimismo, por qué no con respecto a la logicidad al hacer referencia a “la república democrática” o a “la democracia republicana”. Las respuestas, en aras de un mundo mejor, inclinarían la balanza por “las repúblicas democráticas”, tomando prestadas locuciones atribuidas a Platón, entre ellas, 1. Timocracia (líderes elegidos por sus habilidades en la guerra), 2. Oligarquía (el poder político reside en los ricos), 3. Democracia (que deriva de batallas entre ricos y pobres y 4. Tiranía (el pueblo selecciona a un individuo para que aplique el orden en el Estado). De pronto ello nos lleva a pensar que escribimos teniendo presente la lucha ante el desconcierto, la incoherencia y hasta el barullo de cómo debemos gobernarnos.


El contexto real pareciera conducirnos a la autonomía conceptual de “las repúblicas democráticas”, así como a la de “las democracias republicanas”, cada una símil de la otra. Y nos encauce, también, a pensar que su fuente son las constituciones, bien por que deriven de la interpretación o puesta en práctica de sus preceptos o porque la “Ley de Leyes” lo estatuya expresamente. El Preámbulo (We the People…) y los mandatos, incluyendo las enmiendas de la Constitución de los Estados Unidos de América (1787), evidencian del rol del pueblo en la escogencia de los poderes públicos, condición “sine qua non” para calificarse como “democrática”. Y adicionalmente el gobierno estatuido popularmente ha de ejercerse en procura del interés común, la justicia y la igualdad. Una apreciación definitoria induciría a reafirmar que la denominación de “repúblicas democráticas” deriva de los regímenes constitucionales. Estos inspirados en que los poderes del gobierno derivan de la soberanía popular y concomitantemente con el deber impostergable de la materialización de “una sociedad justa”. Matices preocupantes que la realidad exhibe, entre otros, gobiernos buenos y malos. Honestos y corrompidos. Guerras por la dominación de algunos para con otros, unas cuantas originadas por el confusionismo de quién es Dios, hoy no uno solo. Más bien, varios y disímiles unos de otros.


Un sacudón mueve en estos días los tranquilos vientos en EE. UU. como república democrática, en lo interno por la diatriba entre Donald Trump y Joe Biden y de los dos partidos tradicionales, dualidad que ha servido de soporte a una democracia, sin dudas, aleccionadora. Y en lo externo dos guerras, la de Ucrania, vecina de la dictadura rusa y la de Israel allá en “el conclave de la religiosidad” donde no han podido superarse los conflictos espirituales. Contradicción incomprensible.


Ha de tomarse en cuenta, asimismo, que en algunos países, también, poderosos, el “Texto Fundamental” da pie para que se considere que existen “repúblicas democráticas”, como por ejemplo China, cuyos artículos constitucionales la califican como “una república democrática del pueblo”, definición que niega el académico David Boaz (Cato Institute), quien dadas las políticas adelantadas por Xi Jinping, estima que es “una dictadura”. En el mundo Chino las acotaciones contenidas en el Preámbulo de su Carta Magna, no sabemos si son resultado de un manejo exagerado de “la mofa” por la antítesis con la realidad. A saber, “Nosotros, … ratificando derechos humanos y libertades, paz cívica y concordia, afirmando la firmeza de su base democrática, adoptamos la Constitución”.


Si nos trasladamos desde la patria de Mao a la “República Islámica de Irán” se constata que la constitución propicia, dudamos si con franqueza, “el ambiente adecuado para el desarrollo de los valores morales, el aseguramiento de las libertades políticas y sociales y la participación del pueblo en la determinación de su futuro político, económico, social y cultural, así como la creación de bienestar, erradicar la pobreza y eliminar todo tipo de miseria”. Pensamos que no incurriríamos en craso error si calificamos a la de Irán “una constitución embustera”. Adicionalmente no autocalificar al régimen como “una república democrática”. Finalmente, acudiendo a Siria nos percatamos que la “Ley Fundamental” refleja el camino hacia la libertad y la democracia a través de la independencia, la soberanía y el gobierno del pueblo basado en las elecciones, las libertades públicas, los derechos humanos, la justicia social, la igualdad y la ciudadanía. Preservar la dignidad de la sociedad y del ciudadano es un indicador de la civilización del país y del prestigio del Estado. Siria, para el Constituyente es una república. No nos atrevemos a expresar si el sustantivo “democráticas”, acompañante con el de “repúblicas” esté claro para los sirios. Es cuestión de pensar en el conflictivo escenario que desde julio del 2000 maneja Bashar al-Asad. A su vez, presidente del partido Baaz árabe Socialista. Tanto la presidencia de la nación, como de la agrupación política fueron ocupadas por Háfez al-Asad. Al heredero suele calificarse como oftalmólogo, militar y político.


Las repúblicas democráticas compiten con otras tipologías. Y no en todos los casos ocupan los primeros lugares, tanto en lo relativo a la garantía de los derechos ciudadanos, como en los niveles de desarrollo social. Las mediciones del índice de desarrollo humano revelan, por ejemplo, que Noruega, una monarquía, ocupa el primer puesto. El segundo Australia y Nueva Zelanda y muy cercanos los Países Bajos, Suecia, Dinamarca y Bélgica, también, monarquías. En la relativo a la medición de “las democracias reales”, tanto en lo político, como en lo económico y social, The Economist ilustra: China, Rusia, Siria, Arabia Saudita, El Congo y unas cuantas más, bajo “gobiernos autoritarios”. Por supuesto es este grupo ocupa un lugar importante Venezuela y Nicaragua.


Los estudios ilustran, asimismo, en lo tocante a los países que generan envidia. Nos referimos a aquellos 24, de “democracia plena”, listín en el cual América Latina aparece castigada severamente, pues solo Uruguay, Costa Rica y Chile aparecen gobernados democráticamente. Para los venezolanos, a quienes unas elecciones primarias realizadas en fecha reciente han oxigenado, acercándolos a un proceso para seleccionar a un Presidente y consecuencialmente a los poderes restantes, les nutre hoy la esperanza de ser democrática otra vez. El camino, no exento de aristas, entre ellas, la tipología del actual gobierno, la oposición en cabeza de partidos desintegrados y en procura de un rumbo. Los soldados, con sus propios tropiezos. Adicionalmente, con la vista puesta en EE. UU., otrora garante de la paz en la humanidad, con sus propios enredos.


Por Luis Beltrán Guerra

Siguiente publicación Publicación anterior
Sin comentarios
Agregar comentario
comment url