Efecto de la polarización


Luego de casi tres lustros de polarización es difícil ubicarse en el medio. Los tiempos en los que vivimos obligan a que uno se ubique en alguno de los lados en los cuales se ha dividido nuestro espacio político. Ahora bien una sociedad dividida no puede realizar el esfuerzo que se requiere para garantizar el desarrollo y el bienestar de su población.


Los venezolanos vivimos al día, no sólo porque la situación económica, la incoherencia de nuestro modelo productivo, la ausencia de confianza ha degradado nuestros procesos productivos, condenándonos a convertirnos en una economía de puertos, sino porque la ausencia de reglas claras nos coloca en una situación en la cual cada uno juega en los términos de sus propios intereses. Como dirían en mi pueblo: estamos jalando el carro en direcciones diferentes. Hacemos un esfuerzo descomunal por sobrevivir pero no avanzamos.

En otros tiempos uno podía hacer algunas previsiones acerca de su futuro, planear. En este presente discontinuo que vivimos es imposible prever lo que pasara mañana.

El rango de incertidumbre en el cual se mueven nuestras interacciones y nuestros intercambios es demasiado amplio. La vida nos ha colocado en una situación en la que uno percibe un conflicto de baja intensidad que nos confronta a todos contra todos.

La vida civilizada implica que existan algunos espacios dentro de los cuales la gente se pone a trabajar, a producir y a pensar. En el contexto de nuestra alienación colectiva nuestra productividad decae de manera escandalosa, cada día nos hacemos más dependientes del petróleo. Somos un país rentístico por excelencia. Pero además ni siquiera la renta petrolera aguanta el consumismo excesivo hacia el cual hemos transitado en los últimos años.

La gente hace cola por un televisor, una licuadora, una plancha que pudieran necesitar a no. ¿Cuántas horas hombre se pierden al día? Este país vive de PDVSA, no importa cuánto tiempo se pierda tomando café o instalándose a las afueras de DAKA o de cualquier centro comercial por un buen rato.

LA CEGUERA 

No hay peor ciego que el que no quiere ver, reza un refrán popular. En efecto hay gente que no percibe los males que nos aquejan o que los minimizan, cosa que por lo demás es fácil hacer desde las alturas del poder. Mucho más complicado es hacerlo para el ciudadano que no consigue pañales o leche en polvo ´para sus hijos, o a los enfermos que no consiguen medicamentos.

No basta con regular los precios o las ganancias para que las distorsiones desaparezcan, es necesario revisar los sistemas de incentivos que se han instalado en el país.

Acá no valen los discursos, ni la predica electoral, en realidad nuestra convivencia colectiva requiere de un acercamiento de los extremos a favor de la posibilidad de construir el futuro posible, uno en el cual quepamos todos, en el cual aceptemos las diferencias, en el cual se ponga de manifiesto la voluntad de reencontrarnos.

Uno entiende que no sólo hay un resquebrajamiento, sino que, además, hay una ruptura en la capacidad que tienen nuestras instituciones para contener complejas interacciones sociales, para garantizar los intercambios en términos de una distribución lógica de costos y beneficios.

Es necesario transitar hacia un proceso de reconstrucción de nuestra lógica institucional y es necesario hacerlo con una participación amplia de quienes representan al conjunto de intereses que se juegan en este país en un momento determinado.

Se ha producido una ruptura de la moralidad, esto nos ha convertido en una sociedad desalmada a la cual ya no le interesan los muertos de los fines de semana, ni la delincuencia desbordada, ni la falta de productos en los anaqueles. Nos interesa, eso sí, nuestro bienestar individual. Como si fuera posible garantizar el propio bienestar en ausencia de otros sujetos.

Nos hemos convertido en una sociedad acobardada, sin compromisos, en la cual la palabra no vale de mucho, en el cual priva la desconfianza en el otro.

Es imprescindible transitar hacia la reconstrucción de nuestro tejido colectivo. Es necesario garantizar un espacio para la paz y para el encuentro.

Es necesario poner orden. Uno siente que se ha posicionado la anarquía, que nadie tiene compromisos, que la gente tiene miedo. Uno siente que nuestras instituciones son demasiado débiles, que nadie está dispuesto a ponerle el cascabel al gato.

Vivimos tiempos complicados y agotadores, las cosas dejan de ser lo que eran y toca adaptarnos, a veces creo que en los términos de nuestra convivencia colectiva hace falta un trabajo de reforzamiento de la norma que le dé al otro una idea clara de lo que somos como sociedad, de nuestros sueños, que nos permita construir confianza.

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