Pueblo y economía
Durante quince años, nuestros revolucionarios, desde el poder por todos los medios, le han dicho al pueblo lo que sería el socialismo. Sin embargo, las respuestas que ese mismo pueblo da cuando se le pregunta por lo que para él significa el término de socialismo, son reveladoras: solidaridad, ayuda mutua, justicia para todos, que todos podamos vivir bien, convivencia fraterna, seguridad… Todas en plena coherencia con el mundo-de-vida relacional que constituye su identidad profunda, la idiosincrasia del ser-de-convivencia en el que consiste su humanidad. Esos valores son el fundamento sobre el cual desea construir su futuro, la vida de cada cual y su manera de vivir juntos. No aparecen para nada términos como: capital, propiedad, economía…
La sociedad venezolana actual, se encuentra atrapada entre las posturas de las élites de uno y otro bando las cuales en muchas cosas se contraponen pero coinciden en una central. Para ambas el fundamento de toda la vida humana personal y social es la economía, la propiedad, el capital y su manejo. De cómo se estructure y se gestione este fundamento dependerá eso que el pueblo valora y que para ambas orientaciones no habrá de ser sino el resultado que algún día nunca precisado se obtendrá. Lo que se toma como fundamento es lo que se valora sobre y por encima de todo lo demás. Fundamento es valor supremo. Así, pues, entre pueblo y élites es evidente la contradicción de valores. Estas los tienen invertidos.
Para la tendencia revolucionaria, la clave de todo está en la economía y en el régimen de propiedad por aquello de que “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual”. Ya lo dijo Marx. Dentro de esta lógica, la vida de los hombres en una sociedad se debe regir por la unión estricta de toda la “producción de la vida material” con el poder absolutamente centralizado único capaz de ordenarla racionalmente. La historia nos ha demostrado que en ninguno de los muchos experimentos socialistas de este tipo producidos en el mundo, se han obtenido los bienes que el pueblo venezolano valora como fundamentales.
Para la tendencia contraria, la economía funciona y puede producir bienestar sólo si la propiedad y producción de los bienes materiales se deja a la decisión de las personas individuales que compiten entre sí libremente. El poder político ha de actuar sólo como regulador para asegurar esa libertad y su buen funcionamiento. Los valores que el pueblo venezolano aprecia se darán por añadidura. También aquí siglos de historia humana han demostrado que en semejante régimen económico se han producido los peores males para la gran mayoría de la gente y nunca los bienes prometidos y anunciados.
Hay que reconocer que hoy algunas élites están conscientes de que una y otra postura tiene que abandonar las rigideces de las convicciones. En el campo revolucionario todos los experimentos de cambio interno han acabado integrándose de hecho, aunque quizás no de discurso, en la postura contraria. Los que en esta última se han producido han logrado en algunos países el llamado estado del bienestar en cuyo seno la mayoría de la gente, no todos, han podido tener por lo menos en parte, una vida mejor, pero en momentos de crisis la dureza de la economía se vuelve a imponer.
Ni la una ni la otra son del pueblo sino de élites “ilustradas”. No existe una tercera.
¿Surgirá una postura que ponga como fundamento real, y no sólo de palabra, los valores del pueblo y que sobre ellos construya lo demás incluyendo economía y propiedad? No una tercera vía, sino otra vía. “Inventen”, pidió ya Paulo VI a los dirigentes de la sociedad.